RESEÑA NOVEDAD: Las ideas políticas y sociales en la Edad Moderna (Editorial Síntesis, 2016)

De vuestra etapa universitaria estamos seguras de que todos os acordáis de los característicos libritos de tapa en cartoné y vivos colores de la Editorial Síntesis. Y es que justamente eso era lo que podíamos encontrar en cada una de sus colecciones: manuales asequibles y especialmente dirigidos a estudiantes que nos ofrecían una clarificadora síntesis firmada por diversos expertos investigadores en la materia. 

Portada en Síntesis.
Algo menos coloridos encontramos hoy los azulados ejemplares de la colección Temas de Historia Moderna que, además de ampliar temáticamente la colección principal de Historia Moderna Universal, aparece renovada y con un cambio de imagen muy notable. Buena prueba de todo ello es la reciente novedad editorial que os traemos hoy, Las ideas políticas y sociales en la Edad Moderna (Síntesis, 2017), obra de autoría conjunta que nos presentan los profesores de la madrileña Universidad Rey Juan Carlos José Eloy Hortal Muñoz y Gijs Versteegen

Ambos autores son investigadores especializados en el estudio de la Corte, donde desde diversos proyectos y grupos de trabajo a nivel europeo intentan superar el gastado paradigma del llamado Estado Moderno como una especie de fase temprana del mucho más racional, burocrático y, en definitiva, perfeccionado, Estado-Nación decimonónico. 

Es éste, pues, un muy práctico manual que parte de una perspectiva novedosa y metodológicamente renovadora, pues se propone romper con el modelo tradicional a la hora de analizar la organización política y social de la Corte como un ente distinto y de pleno derecho. Desde el punto de vista formal, el libro se estructura en dos grandes bloques, más una breve selección de textos al final para su comentario en clase.

 

Casa y Corte, la organización cortesana es el título de la primera parte de este libro. Consta de dos completos capítulos donde se hace un repaso por los distintos elementos que componían la Corte, centrándose especialmente en el caso de la Monarquía Hispana.


La primera definición de la misma proviene de la Segunda Partida de Alfonso X “el Sabio” y fue la que más continuó utilizándose durante la Edad Moderna. Así pues, entre los siglos XVI y XVIII los cortesanos sobre todo percibieron la Corte como un centro de poder, preocupándose más del modo de actuar en ella que en concebir nuevas definiciones. 

Durante el siglo XVII se fueron incorporando algunas novedades a través del Teatro de las Grandezas de la villa de Madrid (1623) de González Dávila, quien estudió la Casa Real o los Consejos y Tribunales; o posteriormente, en 1658, Alonso Núñez de Castro con su Sólo Madrid es Corte y el cortesano en Madrid, donde fija su atención en Consejos, Junta de Obras y Bosques, Alcaldes de Casa y Corte y Junta de Aposento, Cortes, Casas Reales, Grandes del Reino y Rentas del monarca. Todos estos elementos fueron universalmente aceptados, con alguna que otra diferencia entre las distintas monarquías (véase por ejemplo el estatus relevante de los Reales Sitios), hasta la llamada quiebra del sistema cortesano (siglos XVIII-XIX). 

Unos 12.000 servidores se estiman para el reinado de Felipe IV.
Por otro lado, durante los últimos treinta años se han ido desarrollando diversos estudios acerca del principal elemento de la Corte: la Casa Real y, concretamente, la casa del rey. En todos ellos se destaca que su función principal fue la integración de las élites de cada reino en el servicio de su Príncipe (modelo en el que se incluye también al Papa). De este modo, cada gobernante estableció su propia Casa —conformándose en su mayoría durante la Baja Edad Moderna salvo en los Países Bajos, donde fue creada en pleno siglo XVII— y su particular forma de servicio. 

Generalmente la Casa Real se estructuraba en seis departamentos o secciones (capilla, cámara, casa u oficios, caballeriza, guarda y caza) en los que cada vez fue integrándose un mayor número de personajes o servidores. Conjuntamente a la casa del rey se encontraban otras casas reales como las de reinas, príncipes herederos u otros parientes destacados del monarca. A ello hay que añadir que también existían otras Casas en los diversos territorios que componían las distintas monarquías (como el caso de Nápoles y Portugal): casas virreinales (en América, territorios italianos o Baleares) y de gobernadores (Milán o Países Bajos). En todas ellas se integraban y prestaban servicio las élites de los diferentes reinos y, en el caso de la Monarquía Hispánica, coexistieron bajo la etiqueta de la llamada Casa de Borgoña

Otros elementos como Consejos y Tribunales, cortesanos y Sitios Reales son tratados en profundidad en el segundo capítulo del bloque. En cuanto a los Consejos, se examina la evolución del conjunto de consejeros del monarca que se “mandaban juntar” hasta su final institucionalización, convirtiéndose en el punto de contacto entre rey y reino y dando lugar al nacimiento del sistema polisinodial, proceso que tuvo lugar tanto en la Monarquía Hispana como en otras cortes europeas durante el siglo XVI y principios del XVII. 

Con respecto a los cortesanos, al constituir la Corte el lugar por excelencia donde se desarrollaba tanto la política como la cultura, surgió un particular tipo de relaciones de poder basado en las relaciones personales a través del patronazgo y el clientelismo, junto a un código caracterizado por la etiqueta y el ceremonial que los susodichos debían conocer y saber interpretar a fin de poder medrar en este escenario. 

Por último, una de las novedades destacables de este libro es, como adelantábamos, la inclusión de los Sitios Reales como un componente más de esta gran organización sociopolítica. Los autores llaman así a sus colegas historiadores a un estudio más atento y pormenorizado, defendiendo que estos lugares sirvieron como espacios para el mecenazgo de artes y ciencias adquiriendo, desde este punto de vista, un nuevo significado como áreas de innovación, iniciativa y desarrollo industrial

Tras examinar la estructura, el segundo bloque de la obra se centra, a lo largo de cuatro capítulos, en el corpus teórico, religioso y filosófico que a la Corte daba sustancia (Ética, oeconomica y política)


El primero de ellos nos habla sobre la oeconomica, importante doctrina de origen clásico. En los siglos modernos, la Casa funcionaba como un particular sinónimo de «familia» entendida en su significado más extenso, compuesta no sólo por los parientes o miembros de la misma sangre, sino también por el conjunto de servidores, vasallos o esclavos sobre los que el páter familias tenía jurisdicción. Hacia la correcta instrucción de esta figura rectora estuvieron dirigidos numerosos tratados, a fin de que fuera capaz de desarrollar un buen gobierno. Y es que tras una larga evolución que arrancaba desde Aristóteles, pasando por autores como San Agustín, Santo Tomás o Egidio Romano, el gobierno del oikos doméstico quedará también fuertemente identificado al gobierno de la república en su conjunto

Aristóteles por José de Ribera (1627)
Este modelo fue por hegemónico el más alabado y extendido, y el que principalmente sirvió a las grandes dinastías gobernantes, como los Habsburgo, para extender una influencia de carácter transnacional (temática que entre los investigadores ahora se está comenzando a mostrar muy fructífera). Sin embargo, a largo de estos siglos también fue un modelo progresivamente criticado (sobre todo en el norte de Europa) por iusnaturalistas (Grocio), contractualistas (Hobbes) o ilustrados que argumentaban una gran disparidad entre ambas esferas.

El cuarto capítulo (Libertad y tiranía) nos sumerge en otro concepto político clave para entender la época: el llamado humanismo cívico. Este término fue acuñado por el historiador alemán Hans Baron en 1925. Así, con el bürgerhumanismus Baron pretendía referirse al ideal cultural y político renacentista por excelencia (transmitido a través de la educación) que enfatizaba el patriotismo, el compromiso con el servicio público y un gobierno representativo. Sin embargo, esta idea del bien común de la república no fue unitaria y, a fin de desgranar sus particularidades, los autores nos ofrecen una serie de argumentos y contraargumentos de tipo historiográfico. También se hace un conciso repaso desde distintos autores coetáneos por otros conceptos como republicanismo, libertad, estado de naturaleza o contrato social.

El quinto capítulo (Cultura cortesana: las virtudes políticas y sociales) aborda la interpretación de la filosofía de la virtud dentro del Cristianismo y su contribución al surgimiento de la cultura política y social cortesana. De este modo, fueron los padres de la Iglesia los primeros en estudiar y, posteriormente, apropiarse, de la cultura clásica adaptando a autores como Aristóteles dentro de la Cristiandad. En consecuencia, las virtudes clásicas cobraron un nuevo significado que desembocó en una nueva ética eclesiástica que acabaría influyendo en la educación de los obispos y dando origen, por tanto, al llamado modelo obispo-cortesano

La filosofía cristiana sirvió para justificar el creciente poder político y social de los príncipes y reyes medievales organizado a través de la Corte al identificar, como se ha dicho anteriormente, al rey con el páter familias, y la oeconomica como un método imprescindible para el buen gobierno, utilizando virtudes como la prudencia. Ya en el siglo XV, con la publicación de El cortesano de Baltasar Castiglione, aparece la cortesía como una expresión exterior de la virtud dentro del discurso nobiliario, a través de la cual se definían las relaciones entre príncipe y nobleza así como el medio por el que el cortesano podía acceder al círculo más allegado del rey y ayudarle a gobernar justamente.

Retrato de Baltasar Castiglione (Wikipedia)
Sin embargo, esta filosofía de la virtud fue criticada por autores como el humanista Erasmo de Rotterdam o Maquiavelo. El primero defendía que la educación del Príncipe se basaba en su amor por Cristo y las enseñanzas del Nuevo Testamento. El segundo hacía una crítica más radical, donde sólo la virtud se consigue con el beneplácito de la Fortuna. Más tarde, con la aparición del protestantismo en Europa, Lutero y Calvino también criticaron esta ética de las virtudes. Dichas críticas conllevaron a la aparición de nuevas perspectivas, sobre todo desde la Guerra de los Treinta Años.  

Al mismo tiempo, en el propio seno de la Monarquía Hispánica también surgió una visión pesimista de la Corte, especialmente a través de las obras de Baltasar Gracián, como escenario por excelencia donde se concentraban las luchas por el poder. Durante el siglo XVIII, con las ideas de autores como Rousseau, surgiría una nueva cultura política diferente a la cortesana, donde se enfatizaban los sentimientos y valores (como la libertad, igualdad o el amor a la patria) y que ya en el XIX desembocará en una nueva organización política. 

El sexto y último capítulo propone un acercamiento a la Educación cortesana en perspectiva. La recepción de la obra de Aristóteles a partir del siglo XIII, junto a la creciente complejidad de la sociedad medieval, comenzó a plantear disonancias a la escolástica clásica de San Agustín. Reformulando estas nuevas influencias, Santo Tomás se acogió a una visión antropológica del ser humano algo más optimista, llegando a defender que entre cuerpo y alma racional podía establecerse un equilibrio o armonía. De esta manera, no se hacía necesaria una supresión de los impulsos y pasiones a través de la ascesis, sino que el hombre debía aprender a gobernarlos a través de la razón.

El vehículo descansaba en la educación, lo que pronto dio lugar al nacimiento del muy fructífero género de los “espejos de príncipes”. Uno de los primeros modelos educativos destinados a este fin fue el de Egidio Romano, quien en De regimine principum (1280) propuso para los hijos de los gobernantes el estudio de las tres ciencias morales de Aristóteles (ética, economía y política). Nuevas virtudes se unieron por tanto al ya nutrido repertorio medieval: liberalidad, magnificencia, magnanimidad, amor a la gloria, cortesía o eutrapelia, entre otras. Todas ellas en conjunto tenían la finalidad de mostrar la excelencia del Príncipe y, en consecuencia, su señorío natural. Diversas corrientes dentro del humanismo contribuyeron a que este corpus virara entre mayores o menores dosis de idealización y pesimismo.

Como copartícipes del poder político, pronto estas virtudes no sólo fueron deseables para el monarca, sino también para sus nobles, cortesanos y servidores próximos en general. Destacamos del capítulo los memoriales del Conde-Duque de Olivares para la creación de una serie de academias para jóvenes de la nobleza hispana y otros reinos (Ordenanzas para la Casa de los Pajes, 1639): interesante proyecto que no llegó a aplicarse en toda su magnitud pese a haber sido estudiado por una Junta a lo largo de toda la década.

Miriam Rodríguez Contreras / Iris Rodríguez Alcaide 

Universidad Autónoma de Madrid 

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