Del palo afilado a la ciberguerra: la tecnología en el campo de batalla (I)


Hola a todos. Como habrán podido ver, esta vez no abro la entrada con una cita al uso, si no que recurro a la fuente original; y es que es complicado transmitir la idea mejor que la impagable Mafalda.

En los años del colegio muchas veces se explica la historia, o gran parte de ella, como una sucesión de mandamases que, entre batalla y batalla, paraban de guerrear para construir acueductos, catedrales o similar. Como sabe cualquier amante de la historia, sin necesidad de ser un profesional del ramo, esto es tan simplista como explicar un cuadro de Monet en base a la lista de colores Pantone empleados, ya que no permite comprender el conjunto. Con el tiempo, me percaté que uno de los aspectos que quedaban sin explicar eran, precisamente, las propias batallas en sí, algunas de ellas apasionantes desde un punto de vista histórico y analítico.

Al ser ésta una de mis debilidades, en mi biblioteca particular consta una buena serie de libros sobre historia militar y análisis de batallas, los cuales explican bastante bien aspectos logísticos, tácticos, etc. Pero a menudo echo de menos mayor detalle sobre la tecnología empleada por cada bando. Y es que, no nos engañemos, gran parte de la investigación a lo largo de la historia ha estado muy orientada a conseguir ventaja en el campo de batalla. Tan importante como conocer el terreno y la calidad de las tropas (factor más decisivo que el número, por otra parte), es conocer las capacidades tecnológicas propias y del enemigo. Y sin duda, será labor de los futuros historiadores conocer las técnicas de guerra en el ciberespacio tanto como la evolución de las bifaces prehistóricas y de las armas de fuego. De la evolución desde un extremo al otro quiero hablarles durante las próximas entradas.

Podríamos comenzar el análisis hace millones de años, rememorando la escena de 2001, odisea en el espacio, en el que un homínido emplea por primera vez un hueso para golpear a otro, adquiriendo así ventaja en la lucha. Esta primera arma disparó un proceso que no ha cesado; durante toda la prehistoria las puntas de lanza endurecidas con humo y toda la industria lítica, son buena muestra de ello; por cierto, que ya hablamos de una bella muestra de bifaz, Excalibur, cuando hablamos de Atapuerca. Por su parte, los primeros arcos (primer mecanismo compuesto), surgen en torno a 17.000 años a.C. Cabe decir que estas herramientas tenían uso bélico, pero, sobre todo, cinegético, además de usarse con cualquier otro fin práctico que pudiera necesitarse; la cuestión es que la evolución desde inicios del paleolítico hasta el final del neolítico indica una evolución tecnológica que daba ventaja, de una u otra forma, a los primeros en lograr los avances.

Una vez alcanzado el culmen de tecnología basada en piedra, la humanidad alcanzó la edad de los metales; primero el cobre (4.000 a.C., aunque hay usos anteriores de forma aislada), luego el bronce, mucho más duro (3.000 a.C.) y la del hierro (1.500 a.C), que supone un salto tecnológico importante; pese a ser un elemento muy abundante en la naturaleza, y conocido por el hombre desde mucho tiempo atrás, no se desarrolla hasta entonces una técnica de metalurgia útil para su manipulación; con él llegan profundos cambios en las sociedades que lo manejan, y una importante ventaja militar debido a la mejor calidad de las armas.

Un buen ejemplo de la ventaja que confiere el dominio de la metalurgia es la conquista de Egipto por parte de los hicsos en el siglo XVII a.C.; los egipcios contaban con la gran ventaja estratégica de estar rodeados por desiertos difícilmente franqueables, pese a tener una tecnología bélica no muy avanzada; los hicsos, que llegaron progresivamente desde Canaán, contaban con arcos compuestos, carros de caballos y armas de bronce de buena calidad, lo cual les dio una ventaja decisiva. Por su parte, en Europa uno de los mejores ejemplos es el de la cultura de Hallstatt.

Resulta llamativo, por su parte, leer en la Ilíada (historia situada en el siglo VII a.C., aproximadamente) como se alternan las armas de hierro y de bronce entre los contendientes; por otra parte, el hecho de que las de Aquiles fueran forjadas por el propio Hefesto, haciendo uso de su mejor arte, deja claro que ya entonces, además del valor y la estrategia, consideraban necesario tener una ventaja tecnológica. Así lo narra el Canto XVIII:

Aquiles vendando a Patroclo; imagen de aquí.
Así habló; y, dejando a la diosa, encaminóse a los fuelles, los volvió hacia la llama y les mandó que trabajasen. Estos soplaban en veinte hornos, despidiendo un aire que avivaba el fuego y era de varias clases: unas veces fuerte, como lo necesita el que trabaja de prisa, y otras al contrario, según Hefesto lo deseaba y la obra lo requería. El dios puso al fuego duro bronce, estaño, oro precioso y plata; colocó en el tajo el gran yunque, y cogió con una mano el pesado martillo y con la otra las tenazas.

En el grupo de la tecnología bélica podríamos incluir el uso del caballo y los elementos usados con él; siendo el último animal domesticado por el hombre, fue usado en la guerra casi desde el inicio de esta relación; ya hemos citado a los hicsos, de los que los egipcios copiaron su uso. Y citando de nuevo la Ilíada, resulta curioso que se denomine a los troyanos domadores de caballos (particularmente a Héctor), pese al escaso peso de los mismos en el combate, donde se usaban como tiro de carros; posteriormente fueron empleados como transporte de infantería, más que como una fuerza de caballería al uso. Fueron los asirios en el siglo VIII A.C. quienes desarrollaron la caballería ligera, y los persas en el siglo V A.C. quienes evolucionaron hasta la caballería pesada; obsérvese en ambos casos que eran los imperios más importantes en su entorno en la época. Este último, sin embargo, desapareció ante el empuje de Alejandro Magno, el cual, además de una gran visión estratégica, contaba con grandes ventajas entre sus filas: la caballería pesada de los compañeros (hetairoi), los pezheitaroi, cuya ventaja como tropa se basaba en el uso de las sarissas, largas picas de mayor longitud que la de los hoplitas tradicionales, y un eficaz grupo de ingenieros militares (que diseñaron la primera versión de la catapulta), decisivos en el sitio de Tiro.

Cerramos aquí esta entrada, en la que comprobamos que lo de liarnos a mamporros unos con otros lo llevamos haciendo desde que el mundo es mundo; en las próximas veremos cómo cada vez lo hemos hecho de forma más eficaz.

PD. Pueden ustedes descargar de forma gratuíta y legal La Iliada en este enlace. Sobre las tácticas de los ejércitos de Alejandro Magno, me atrevo a recomendarles la trilogía Alexandros, de Valerio Massimo Manfredi: una serie de novelas históricas que permiten profundizar tanto en el personaje como en sus campañas militares.

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